Eduardo es un chico de 6 años, actualmente terminando primero de primaria. Sus padres llegan a nuestro centro de neuroentrenamiento, porque en su escuela les han pedido que lo lleven al psicólogo. “Cuesta mucho trabajo hacerlo trabajar”, nos dicen. “Ya le buscamos por la buenas y por las malas”. “La maestra nos dijo que se ha vuelto rebelde y ahora molesta a sus compañeros”.
Ya en el kinder les habían pedido que lo llevaran al neurólogo, porque lo veían muy inquieto y con poca atención, por lo que sospechaban pudiera requerir medicamento. En aquel entonces se le hicieron los estudios neurológicos, pero el médico les dijo que en el estudio todo estaba bien y, los síntomas no eran suficientes como para darle un tratamiento farmacológico.
En la escuela los padres son sentados en el “banquillo de los acusados”, se les cuestiona como está su matrimonio o si el niño está desatendido. Entre paréntesis podemos comentar que hemos visto muchísimos niños desatendidos y con familias desintegradas, que van bien en la escuela, principalmente porque esto depende más de la madurez neurológica y de un buen método de enseñanza. Sin embargo, y cerrando el paréntesis, se les dice a los padres que el problema de Eduardo es emocional, de actitud, de flojera. Recomiendan por tanto terapia emocional, apoyo
académico y más atención en casa. Desafortunadamente no se ven avances porque no se va a la raíz del problema. Los padres presionados y angustiados, presionan a su vez al niño. Muchas veces esto desencadena la rebeldía, e incluso la agresividad. Normalmente se desgasta la relación de los padres con el niño y de los padres entre sí.
“Pero”; me comentan los padres en no pocas ocasiones: “¿Por qué para lo que le interesa si es muy listo? Efectivamente, normalmente estos niños son muy inteligentes, pero no tienen la madurez para lo que se les está pidiendo. Lo llegan a hacer, si, pero bajo estrés y esfuerzo que no es sostenible. Lo normal debería ser pedirles menos, para adaptarnos a su proceso inmaduro, pero curiosamente la solución que se plantea es pedirles más; más de lo que no pueden o al menos se les dificulta. El problema de fondo es que no los pusimos en condiciones neurológicas para que hicieran las cosas con facilidad. Después, como les cuesta trabajo y ven que los demás compañeros si pueden, se desmotivan. Quién podría permanecer mucho tiempo en un trabajo (nosotros como adultos) en donde se nos estuviera diciendo que hacemos mal las cosas, que debemos esforzarnos mas, si realmente nosotros lo hemos estado intentando. Pues esto mismo le pasa al niño, pero él, no se sabe defender, no lo sabe explicar, sólo reacciona y, sus reacciones son severamente castigadas.
A lo largo de 20 años y más de 1,500 casos atendidos, hemos visto muchos casos de inmadurez neurológica como los de Eduardo. Esta inmadurez aparece desde los antecedentes clínicos. Su nacimiento, enfermedades, arrastre, gateo, lenguaje, etc. La valoración neuropsicológica nos arroja datos muy precisos del grado de inmadurez neurológica que presenta Eduardo. Sin embargo, basta con ponerlo a leer y escribir, ver su falta de autocontrol emocional y autodominio.
Cabe aclarar que estas últimas también están muy relacionadas con la madurez neurológica, tan es así, que después de la terapia madurativa los padres nos refieren cosas como las siguientes: Lo veo mas maduro, ya le “cae el 20”, está mas seguro, “entiende razones”, menos berrinches, etc.
¿Cómo saber si mi hijo tiene una buena madurez neurológica? Lo primero son los síntomas.
Existen tablas del desarrollo neurológico, que van describiendo lo que los niños deben ir haciendo de 0 a 3 meses de 3 a 6 etc. hasta los 12 años. Debemos checar si nuestro hijo fue al menos en la media. Desgraciadamente abunda el consejo de: “espérate, no pasa nada, mi hijo habló muy grande, cada niño lleva su ritmo”. Efectivamente, cada niño lleva su ritmo, pero debemos prender los focos rojos cuando el ritmo de nuestro niño es más lento, porque precisamente estos niños llegan inmaduros a la primaria y ¿quién se responsabiliza de los problemas de conducta y
aprendizaje que padece ya en la primaria?, ¿El pediatra que le dijo que esperara, la maestra del kinder que nunca detectó nada?, ¿la comadre que comenta que lo que le hacen falta son unas nalgadas?
Otro de los problemas que enfrentan los padres cuyos hijos no tiene la madurez neurológica adecuada para ir bien en la escuela y portarse bien, es que no saben a quién acudir. Se requieren terapias y tratamientos madurativos como el entrenamiento neuromotora y de integración sensorial, así como tratamientos biológicos que estimulan la maduración cerebral. Estos últimos no son precisamente medicamentos. Generalmente podemos utilizar proteínas especiales o tratamientos de los llamados alternativos. La estimulación neuromotora es algo parecido a lo que se trabaja en estimulación temprana con los bebes que son diagnosticados con inmadurez, ya sea por haber nacido prematuros, falta de oxígeno, y otras causas biológicas. Desgraciadamente son muy poco conocidos los programas con los que se puede dar continuidad a esta estimulación.
Muchas veces estos niños que fueron tratados de bebes, llegan con nosotros por problemas de aprendizaje y conducta cuando llegan a primaria. Lo cual se resuelve relativamente fácil a través de las terapias madurativas. Cuantos casas hemos visto en donde, después de trabajar su programa neuromotor, los niños mejoran rápidamente su rendimiento escolar. Mejoran por ejemplo, su capacidad de leer, sin haber abierto un libro durante su terapia. La maestra felicita a los padres, porque ahora si se está esforzando el niño. “Se nota que ahora si hablan con él y lo
castigan”, piensa la maestra. Cuando en realidad es ahora cuando menos necesitan darle discursos. Es cuando menos están encima de él. La motivación se da con los logros y los elogios y estos vienen como efecto de hacer las cosas bien y ahora las hace bien porque ahora las hace con un esfuerzo normal. Las exigencias son ahora acordes a su madurez.
Podemos evitar que niños como Eduardo crezcan con baja autoestima, inseguridad o desmotivación. Podemos evitar que terminen por ponerse la etiqueta de flojos e irresponsables o peor aún, de malos. Podemos hacer que aprovechen sus muchas cualidades e inteligencia, a través de un trabajo y esfuerzo lleno de logros y satisfacciones.
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